sábado, 21 de febrero de 2015

Sima Otxabide

Participantes: Carlos Heras, Gabri, Javi y la que escribe, Pilar


Habíamos solicitado permiso para realizar la sima Otxabide mucho antes de que cayera la gran nevada que había cubierto el norte del país. Las semanas previas muchos puertos se encontraban cerrados y muchos pueblos incomunicados, pero queríamos probar suerte. Aún así llevábamos un as debajo de la manga porque habíamos pedido permiso también para algunas simas muy accesibles y nada peligrosas por agua en Cantabria. De esta manera asegurábamos que el viaje no nos saldría en balde. 
El viernes, Javi y Gabri hicieron de avanzadilla. Con el gps en mano y armados de valor, pusieron rumbo a Vizcaya y más concretamente al aparcamiento de Pagomakurre del parque Natural de Gorbea para buscar la boca de la sima y comprobar que ésta era accesible. Tras 40 minutos de caminata dieron con ella y visualizaron la cuerda de subida, no sin antes pelearse con la nieve que en algunas zonas cubría por encima de las rodillas. Aunque el acceso era duro parecía que íbamos a tener suerte.

Por la tarde, nos reunimos los cuatro en el hostal Ayala de Amurrio, donde pasamos un rato muy divertido en el bar con la gente del pueblo y la dueña del hostal que fue muy amable con nosotros. Habíamos visto que el sábado iba a llover un poco pero los veteranos del pueblo ya nos avisaron que esa lluvia sería nieve en el parque Natural, la cosa se empezaba a complicar.

El sábado madrugamos y la lluvia ya hacía acto de presencia. Desayunamos sin demora y nos dirigimos a Pagomakurre. Efectivamente, la lluvia allí era nieve y además a ratos se intensificaba. Lo bueno era que no estaba helando así que la nieve no cuajaba. Tras debatir en el coche qué hacer, y después de que frases como "sin pena no hay gloria", "quien dijo miedo" y "no hay huevos" salieran a la luz, decidimos echarle valor y por lo menos intentarlo (siempre estábamos a tiempo de darnos la vuelta e irnos a Cantabria). Guardamos la ropa de la cueva en las sacas y nos pusimos otra distinta para el acceso. Algunos teníamos chubasqueros, otros lo improvisaron y sin pensarlo dos veces (porque si lo hubiéramos hecho seguro que nos habríamos dado la vuelta) allá que fuimos.



Aunque había niebla, fue fácil encontrar la boca con las huellas del día anterior. Y cuál fue nuestra sorpresa que a pocos metros de la cornisa divisamos a dos personas que también iban hacia la sima, saber que no somos los únicos locos en esas circunstancias tranquiliza un poco (mal de muchos...). Los últimos pasos hasta llegar a la cuerda eran algo peligrosos pues la nieve estaba muy blanda y el terreno tenía bastante inclinación. Pero con mucha calma y pasos seguros alcanzamos la cuerda. Allí nos esperaban los dos vascos que habíamos visualizado y que nos pidieron que les adelantáramos e instaláramos nosotros pues ellos sólo querían llegar hasta la repisa.

Comenzamos a subir la cuerda sin pausa, pues íbamos calados y estábamos deseando cambiarnos de ropa. Las cuerdas estaban congeladas y las manos perdían sensibilidad mientras subías. Ya arriba nos pusimos ropa seca y comenzamos con la aventura. 


Tras superar unas gateras, un paso estrecho sin ninguna dificultad y subir una cuerda en fijo, dimos con la cabecera del primer pozo de 45 m. Carlos se lanza a instalarlo, intentando hacerlo lo más rápido posible pues en algunas zonas el pozo es regado. La gran cantidad de humedad que nos rodea impide que las fotos salgan nítidas. 


Rápidamente, tras dos desviadores y algún fraccionamiento llegamos a la repisa. 



El siguiente pozo de 72 m es mucho más abierto que el anterior. Instalamos el pasamanos y comenzamos a descender hasta llegar al suelo. Las inmensas dimensiones de la cueva son realmente impresionantes.


Una vez todos abajo comenzamos a recorrer la red de galerías de la cueva. Pasamos el paso piscarciano, que pensábamos que tendría mucho más barro. 


Todas las galerías son como túneles del metro, anchas, altas y muy rectas. 



Llegamos a la galería del campamento donde podemos leer el mensaje que dejaron allí los primeros exploradores. 


De aquí nos dirigimos hacia el río que llevaba muchísima agua. 


Volvimos por la galería principal conectando con la galería del campamento por otro lado. Desde el campamento volvimos hacia el río pero esta vez desviándonos antes y subiendo una cuerda fija para ver las galerías del pulpo. 


Las galerías continúan siendo anchas, con las paredes de diferentes colores realmente bonitas. 


Poco más adelante, llegados a un pozo, decidimos darnos la vuelta. Paramos a picar en la galería del campamento y de aquí pusimos rumbo al exterior, preguntándonos si el día habría despejado o no.


Me encargo de desinstalar el pozo de 72 metros y Gabri el siguiente. Y, en pocas horas, nos encontramos en la boca de salida donde pudimos comprobar que había dejado de nevar. Montamos una cuerda a continuación de la que ya había montada para evitar el paso complicado a la bajada y en menos de una hora llegamos a los coches, los cuales estaban cubiertos de varios centímetros de nieve.


El día había sido duro, no por la cueva que por sus amplias dimensiones es de las más cómodas y agradecidas que habíamos visitado últimamente, sino por la gran cantidad de nieve que cubre todo el norte. Pero estábamos contentos porque había merecido mucho la pena, y ahora sólo quedaba disfrutar de Ramales de la Victoria y de sus míticos carnavales.